martes, 17 de septiembre de 2013

Novela "MARÍA" de Jorge Isaacs


1. PAISAJES:
  • Era ya la última jornada del viaje, y yo gozaba de la más perfumada mañana del verano. El cielo tenía un tinte azul pálido: hacia el oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún, vagaban algunas nubecillas de oro, como las gasas del turbante de una bailarina esparcidas por un aliento amoroso. Hacia el sur flotaban las nieblas que durante la noche habían embozado los montes lejanos. Cruzaba planicies de verdes gramales, regadas por riachuelos cuyo paso me obstruían hermosas vacadas, que abandonaban sus sesteaderos para internarse en las lagunas o en sendas abovedadas por florecidos písamos e higuerones frondosos.
  • A las ocho fuimos al comedor, que estaba pintorescamente situado en la parte oriental de la casa. Desde él se veían las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. Las auras del desierto pasaban por el jardín recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río.
  • El cuarto quedaba en el extremo del corredor del frente de la casa: su única ventana tenía por la parte de adentro la altura de una mesa cómoda; en aquel momento, estando abiertas las hojas y rejas, entraban por ella floridas ramas de rosales a acabar de engalanar la mesa, en donde un hermoso florero de porcelana azul contenía trabajosamente en su copa azucenas y lirios, claveles y campanillas moradas del río. Las cortinas del lecho eran de gasa blanca atadas a las columnas con cintas anchas color de rosa.
  • Las verdes pampas y selvas del valle se veían como al través de un vidrio azulado, y en medio de ellas algunas cabañas blancas, humaredas de los montes recién quemados elevándose en espiral, y alguna vez las revueltas de un río. La cordillera de occidente, con sus pliegues y senos, semejaba mantos de terciopelo azul oscuro suspendidos de sus centros por manos de genios velados por las nieblas. Al frente de mi ventana, los rosales y los follajes de los árboles del huerto parecían temer las primeras brisas que vendrían a derramar el rocío que brillaba en sus hojas y flores

2. Temas fundamentales en María:

        

         Amor:  
  • Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos pesares que debía sufrir después. Esos cabellos quitados a una cabeza infantil; aquella precaución del amor contra la muerte delante de tanta vida, hicieron que durante el sueño vagase mi alma por todos los sitios donde había pasado, sin comprenderlo, las horas más felices de mi existencia.
  • Yo sentía un alivio indecible al oírle asegurar que no había peligro alguno, y por él, doble cariño del que hasta entonces le había profesado, solamente porque tan pronta reposición pronosticaba a María.
  • María amenazada de muerte; prometida así por recompensa a mi amor, mediante una ausencia terrible; prometida con la condición de amarla menos; yo obligado a moderar tan poderoso amor, amor adueñado para siempre de todo mi ser, so pena de verla desaparecer de la Tierra como una de las beldades fugitivas de mis sueños, y teniendo que aparecer en adelante ingrato e insensible tal vez a sus ojos, sólo por una conducta que la necesidad y la razón me obligaban a adopta.   
  • Pero quieren que vayamos a la ciudad, porque dicen que allá podrán asistirme mejor los médicos: yo no necesito otro remedio que verte a mi lado para siempre. Yo quiero esperarte aquí: no quiero abandonar todo esto que amabas, porque se me figura que a mí me lo dejaste recomendado y que me amarías menos en otra parte. Suplicaré para que papá demore nuestro viaje, y mientras tanto llegarás, adiós».

Paisaje:
  • La Luna, que acababa de elevarse llena y grande bajo un cielo profundo sobre las crestas altísimas de los montes, iluminaba las faldas selvosas blanqueadas a trechos por las copas de los yarumos, argentando las espumas de los torrentes y difundiendo su claridad melancólica hasta el fondo del valle. Las plantas exhalaban sus más suaves y misteriosos aromas. Aquel silencio, interrumpido solamente por el rumor del río, era más grato que nunca a mi alma.
  • Nunca las auroras de julio en el Cauca fueron tan bellas como María cuando se me presentó al día siguiente, momentos después de salir del baño, la cabellera de carey sombreado suelta y a medio rizar, las mejillas de color de rosa suavemente desvanecido, pero en algunos momentos avivado por el rubor; y jugando en sus labios cariñosos aquella sonrisa castísima que revela en las mujeres como María una felicidad que no les es posible ocultar.
  • Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color de violeta y lampos de oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí, ella, mi hermana y yo, sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos a la derecha en la honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río.
  • Se Hundía en los confines nebulosos del Pacífico el Sol del veinticinco de julio, llenando el horizonte de resplandores de oro y rubí; persiguiendo con sus rayos horizontales hasta las olas azuladas que iban como fugitivas a ocultarse bajo las selvas sombrías de la costa

Muerte:
     Morirte! ¿Morirte cuando Efraín va a llegar?... Sin verlo otra vez, sin decirle... morirme sin poderlo esperar. Esto es espantoso —agregó estremeciéndose después de una pausa—; pero es cierto: nunca los síntomas del acceso han sido como los que estoy sintiendo. Yo necesito que lo sepas todo antes que me sea imposible decírtelo. Oye: quiero dejarle cuanto yo poseo y le ha sido amable. Pondrás en el cofrecito en que tengo sus cartas y las flores secas, este guardapelo donde están sus cabellos y los de mi madre; esta sortija que me puso en vísperas de su viaje; y en mi delantal azul envolverás mis trenzas. Yo no podría ya ser su esposa... Dios quiere librarlo del dolor de hallarme como estoy, del trance de verme expirar. ¡Ay!, yo podría morirme conforme, dándole mi último adiós. Estréchalo por mí en tus brazos y dile que en vano luché por no abandonarlo... que me espantaba más su soledad que la muerte misma, y... María dejó de hablar y temblaba en los brazos de Emma; la cubrió ésta de besos y sus labios la hallaron yerta; la llamó y no respondió; dio voces y corrieron en su auxilio.

    A las cinco de la tarde, Mayn, que permanecía a la cabecera pulsando constantemente a María, se puso en pie, y sus ojos humedecidos dejaron comprender a mi padre que había terminado la agonía. Sus sollozos hicieron que Emma y mi madre se precipitasen sobre el lecho. Estaba como dormida; pero dormida para siempre... ¡muerta!, ¡sin que mis labios hubiesen aspirado su postrer aliento, sin que mis oídos hubiesen escuchado su último adiós, sin que algunas de tantas lágrimas vertidas por mí después sobre su sepulcro, hubiesen caído sobre su frente!

3.  Sentimientos de los personajes:

Efraín:
  • Allí estaban las flores recogidas por ella para mí; las ajé con mis besos; quise aspirar de una vez todos sus aromas, buscando en ellos los de los vestidos de María; las bañé con mis lágrimas... ¡Ah, los que no habéis llorado de felicidad así, llorad de desesperación, si ha pasado vuestra adolescencia, porque así tampoco volveréis a amar ya! ¡Primer amor!... Noble orgullo de sentirnos amados: sacrificio dulce de todo lo que antes nos era caro a favor de la mujer querida; felicidad que comprada para un día con las lágrimas de toda una existencia, recibiríamos como un don de Dios; perfume para todas las horas del porvenir; luz inextinguible del pasado; flor guardada en el alma y que no es dado marchitar a los desengaños; único tesoro que no puede arrebatarnos la envidia de los hombres; delirio delicioso... inspiración del Cielo... ¡María! ¡María! ¡Cuánto te amé! ¡Cuánto te amara!
  • ¿Qué había allí de María? En las sombras húmedas, en la brisa que movía los follajes, en el rumor del río... Era que veía el Edén, pero faltaba ella; era que no podía dejar de amarla, aunque no me amase.
  • Levantó María otra vez los ojos, fijándolos en el ramo de azucenas que tenía yo en la mano izquierda, mientras me apoyaba con la derecha en la escopeta; creí comprender que las deseaba, pero un temor indefinible, cierto respeto a mi madre y a mis propósitos de por la noche, me impidieron ofrecérselas.
  • ¡Ah! ¡Conque era verdad que no me amaba! ¡Conque había podido engañarme tanto mi imaginación visionaria! Y de ese ramo que había traído para ella, ¿qué podía yo hacer? Si otra mujer, bella y seductora, hubiese estado allí en ese momento, en ese instante de resentimiento contra mi orgullo, de resentimiento con María, a ella lo habría dado a condición de que lo mostrase a todos y se embelleciera con él. Lo llevé a mis labios como para despedirme por última vez de una ilusión querida, y lo arrojé por la ventana.
  • Era ya para mí una necesidad tenerla constantemente a mi lado; no perder un solo instante de su existencia abandonada a mi amor.
  • Medía toda mi desgracia: era el mismo mal de su madre, que había muerto muy joven atacada de una epilepsia incurable. Esta idea se adueñó de todo mi ser para quebrantarlo. Sentí algún movimiento en esa mano inerte, a la que mi aliento no podía volver el calor.
María:
  • Comprendió ella la causa de mi resentimiento, y me lo dijo tan claramente una mirada suya, que temí se oyeran las palpitaciones de mi corazón.
  • María, dejando de oír mi voz, descubrió la faz, y por ella rodaban gruesas lágrimas.
  • Acababa de confesar mi amor a María; ella me había animado a confesárselo, humillándose como una esclava a recoger aquellas flores. Me repetí con deleite sus últimas palabras; su voz susurraba aún en mi oído: «Entonces, yo recogeré todos los días las flores más lindas».
  • Ella, palideciendo instantáneamente, correspondió cortada al saludo, y el clavel se le desprendió de la boca. Me entregó las flores, dejando caer algunas a los pies, las cuales recogió y puso a mi alcance cuando sus mejillas estaban nuevamente sonrosadas.
  • «Mientras están de sobremesa en el comedor, después de la cena, me he venido a tu cuarto para escribirte. Aquí es donde puedo llorar sin que nadie venga a consolarme; aquí donde me figuro que puedo verte y hablar contigo. Todo está como lo dejaste, porque mamá y yo hemos querido que esté así: las últimas flores que puse en tu mesa han ido cayendo marchitas ya al fondo del florero: ya no se ve una sola; los asientos en los mismos sitios; los libros como estaban y abierto sobre la mesa el último en que leíste.
  • Me da miedo pensar en ese mar que todos admiran, y para mi tormento te veo siempre en medio de él. Pero después de tu llegada a Londres vas a contármelo todo: me dirás cómo es el paisaje que rodea la casa en que vives.
  • «Yo sé que no puede faltar mucho para que yo te vea —me había contestado—; desde ese día ya no podré estar triste; estaré siempre a tu lado... No, no; nadie podrá volver a separarnos».
  • «Vente —me decía— ven pronto, o me moriré sin decirte adiós. Al fin me consienten que te confiese la verdad: hace un año que me mata hora por hora esta enfermedad de que la dicha me curó por unos días. Si no hubieran interrumpido esa felicidad, yo habría vivido para ti.
  • »Si vienes... sí, vendrás, porque yo tendré fuerzas para resistir hasta que te vea; si vienes hallarás solamente una sombra de tu María; pero esa sombra necesita abrazarte antes de desaparecer. Si no te espero, si una fuerza más poderosa que mi voluntad me arrastra sin que tú me animes, sin que cierres mis ojos, a Emma le dejaré para que te lo guarde, todo lo que yo sé te será amable: las trenzas de mis cabellos, el guardapelo en donde están los tuyos y los de mi madre, la sortija que pusiste en mi mano en vísperas de irte, y todas tus cartas.

Padre:
  • Enviarme a Europa a concluir mis estudios de medicina, y que debía emprender viaje a más tardar dentro de cuatro meses. Al hablarme así, su fisonomía se revistió de una seriedad solemne sin afectación, que se notaba en él cuando tomaba resoluciones irrevocables.
  • A los pies de éste se hallaba sentado mi padre: fijó en mí una de sus miradas intensas, y volviéndola después sobre María, parecía quererme hacer una reconvención al mostrármela.
  • Tú amas a María, y hace muchos días que lo sé, como es natural. María es casi mi hija y yo no tendría nada que observar si tu edad y posición nos permitieran pensar en un matrimonio; pero no lo permiten, y María es muy joven. No son únicamente éstos los obstáculos que se presentan; hay uno quizá insuperable, y es de mí deber hablarte de él.
  • Mi padre, enternecido tal vez por esas lágrimas y acaso también por la resolución que en mí encontraba, conociendo que la voz iba a faltarle, dejó por unos instantes de hablar.
  • Siguiendo esa conducta, puedes salvar a María; puedes evitarnos la desgracia de perderla.

Madre:
  • Convirtieron uno de los ángulos del salón en gabinete de estudio; desclavaron algunos mapas de mi cuarto; desempolvaron el globo geográfico que en el escritorio de mi padre había permanecido hasta entonces ignorado; fueron despejadas de adornos dos consolas para hacer de ellas mesa de estudio. Mi madre sonreía al presenciar todo aquel desarreglo que nuestro proyecto aparejaba.
  • Mi madre estaba allí; pero no levantó la vista para buscarme, porque, sabedora de mi amor, me compadecía como sabe compadecer una buena madre en la mujer amada por su hijo, a su hijo mismo.
  • Mi madre ocultó en ese momento el rostro en el pañuelo.
  • Esto no puede ser: no debes seguir viviendo así; yo no me conformo.
  • Lo que haces no es lo que tu padre ha exigido; es mucho más; y tu conducta es cruel para con nosotros y más cruel aún para con María.
  • ¡María!... ¡Hija de mi corazón!... ¿Por qué nos dejas así?... ¡Ay!, ya nunca más podrás oírme... ¿Qué responderé a mi hijo cuando me pregunte por ti? ¡Qué hará, Dios mío!... ¡Muerta!, ¡muerta sin haber exhalado una queja!

4.  Carta:
¿Cómo está allá en New york? Yo estoy a mil millas de distancia, pero no te preocupes por esa distancia, estaré ahí si te sientes solo, escucha nuestra canción y cierra los ojos, estoy a tu lado.  Sé que los tiempos se ponen difíciles pero créeme que algún día estaremos juntos, tendríamos la vida que sabíamos que tendríamos.
Mil millas parece ser mucho, pero hay aviones, trenes y barcos, caminaría hacia ti si no hubiera otra manera de llegar, sé que nuestros amigos se burlaran de nosotros, pero nosotros también nos reiríamos de eso, porque sabemos que ninguno de ellos se siente así. Te prometo que por el tiempo que pasemos juntos el mundo no será igual.
Se bueno y no me extrañes, dos años más y terminarás la universidad y yo estaré aquí esperándote, sabes que todo es por ti y podremos hacer lo que queramos, tan solo tomémoslo con calma que funcionará bien por sí solo, todo lo que necesitamos es paciencia, pronto el día llegará y podremos estar juntos por siempre.


5. Final Inventado

Durante el tiempo que Efraín se encontraba en Londres, María cada vez desmejoraba, su enfermedad crecía a tal punto que María sentía pronto la muerte. Sus padres al ver el estado de salud de ella, se desesperan que empiezan a hacer todo lo posible porque María vuelva a los tiempos de antes, recorriendo los jardines, recolectando las mejores flores y sonriendo como solo ella lo hacía, por esta razón, el padre le dice a su esposa que lo mejor que podrían hacer es enviar a María a Londres para que se encontrara con su único amor que a lo mejor la podría salvar de su muerte, la soledad que sentía María era inigualable, todas las tardes ella se iba para el cuarto de Efraín a escribirle, a recordar el aroma de él y a cambiarle las azucenas por unas mejores, pero con la enfermedad que se iba incrementando en ella no la dejaba ni pararse de su cama, por eso sus padres deciden enviarla en un barco para que pasara sus últimos días con la persona que amaba.

Efraín al enterarse de lo sucedido, solo espera porque María se encontrara en sus brazos, para acariciarla y poder estar a su lado oliendo su olor tan peculiar.



Pasó un mes y medio y María pudo llegar a Londres, al saber que se encontraría con Efraín hizo todo lo posible para mantener fuerzas y esperar a verlo, porque ella sabía que no podía morir sin haber estado con su hombre, al llegar, Efraín la esperaba en el puerto, María al salir del barco observó a Efraín y mantuvieron una mirada de ternura, de amor y de alegría, por fin se encontraban juntos, Efraín corre hacia ella y la abraza con todo su amor que sentía por ella, la besa y le dice que nunca la volvería a dejar sola, que iban a estar juntos por siempre sin que nadie los separara y se prometió en que iba a curar a María, pues él estaba terminando sus estudios de medicina y conocía a los mejores médicos de Europa y con todo lo que tenía pagó por los tratamientos de María hasta tal punto que María se logró recuperar un ochenta por ciento. Contentos los dos de estar juntos deciden casarse y pasar el resto de sus vidas unidos hasta que la muerte los separara.